Todo comenzó un martes al atardecer by Iván Portas

Todo comenzó un martes al atardecer by Iván Portas

autor:Iván Portas [Iván Portas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policíaca, Novela negra, Suspense
editor: Círculo Rojo
publicado: 2018-01-15T23:00:00+00:00


CAPITULO IX –

Perseguidos

Llevaban apenas veinte kilómetros de trayecto cuando David se percató de que algo no marchaba bien.

—Nos están siguiendo.

—¿Quién? —preguntó Andrea con inquietud.

—Hay dos vehículos en formación a unos cincuenta metros detrás nuestro.

—Son ellos, no hay duda —dijo la chica tras mirar por la luna trasera.

—Cómo coño nos habrán pillado tan rápido.

—Tal vez dieron la descripción del coche.

—Creo que no es solo eso… mirad —señaló Jose la pantalla del ordenador, donde se apreciaba el campo generado por un emisor de señal adherido al vehículo—. Debieron ponernos algún emisor cuando nos acercamos a la casa de Regina.

—¡Mierda! Con este coche no vamos a poder escapar.

—¿Qué hacemos entonces? —preguntó la chica.

David trataba de valorar la situación. Su coche disponía de una motorización menor que la de los todoterreno que les perseguían. A ciencia cierta no podrían escapar por velocidad, y tampoco era un vehículo apto para maniobras de evasión por su peso y altura.

—Andrea, tú sabes conducir. Cogerás el mando.

—De acuerdo.

—Vale, dejo el control de crucero puesto. Agarra el volante —indicó David—. ¿Lo tienes?

—Sí, ya está.

—Vale listos… Uno, dos y ¡tres!

El soldado salió del puesto de pilotaje y pasó a los asientos de atrás, al tiempo que Andrea tomó las riendas del vehículo.

—¿Qué vas a hacer, David? —preguntó asustada.

—Lo que pueda. Jose, espero que tu cabeza pueda sacarnos de ésta.

—Lo estoy intentando.

—¿Qué haces, Jose? —inquirió Andrea mientras David comenzaba a sacar del bajo maletero todas las armas disponibles.

—Esos coches seguro que cuentan con plena conectividad, y eso los convierte en ordenadores con ruedas. Tal vez podamos conectarnos a ellos y acceder a funciones de control. Pero no puedo hacerlo solo. Estoy enviando nuestra posición en tiempo real a StClaire. Necesitamos su ayuda.

David ensambló su rifle de precisión Barrett y armó un fusil de asalto MK81 que había cogido a sus excompañeros.

—¿Has visto eso?

Para cuando el soldado miró por el cristal, ya eran media docena los vehículos que les perseguían y que llevaban encendidas las luces de emergencia.

—Bien, seguid con lo que hacéis, concentrados.

Tomó aire y abrió una de las ventanillas traseras del todoterreno. Apuntó el fusil al radiador del primero de los vehículos, descargando media docena de balas que hicieron su función, dejando el vehículo cruzado y humeando en medio de la carretera.

—Viene un cruce, ¿qué hago?

—Sigue recto. Siempre recto por esta carretera. Hay un puente a unos kilómetros. Tengo una idea.

Hizo Andrea un gesto afirmativo y cauto. Pero a los pocos segundos se encontró con que el número de vehículos que les seguían no paraba de crecer.

—Joder, joder…

—¡Mira adelante! ¡Concéntrate en la carretera!

David volvió a coger el fusil e hizo lo propio con el segundo vehículo. Mantener la precisión en movimiento era difícil, más aún a aquella velocidad. En esta ocasión, al menos una de las balas impactó en el conductor y el vehículo se fue deteniendo, por lo que tuvo que ser esquivado por el resto. Le siguió un tercero. Y un cuarto, un quinto y hasta un sexto. Las habilidades militares de David eran extraordinarias, pero nada parecía hacer disminuir el número de vehículos, que cada vez conducían de forma más agresiva.



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